Época: Bronce Final
Inicio: Año 1300 A. C.
Fin: Año 700 D.C.

Antecedente:
Las artes durante el Bronce Final en Europa

(C) Emma Sanchez Montañés



Comentario

La entrada en combate durante el Bronce Final se hacía con garantías de supervivencia. Todo un equipo militar fue inventado y preparado tecnológicamente para ello. Las espadas dejaron de partirse en la juntura de la hoja con la empuñadura al primer embiste violento. Se retiraron de la circulación las anticuadas espadas de remaches en el empalme y se diseñó un modelo mucho más resistente: la espada que sujeta la empuñadura a la hoja mediante una espiga de metal: una lengüeta. Es esta lengüeta, con su enmangue, la que se perfora para ajustarle la empuñadura de madera o hueso. La hoja se hace, asimismo, más contundente al adoptar un perfil de hoja de laurel muy afilado, con punta más o menos acusada. Se generalizan y circulan por doquier las espadas de hoja pistiliforme o de lengua de carpa.
Los guerreros de los Campos de Urnas embrazaban imponentes escudos redondos. Sabemos, y así lo prueban los ejemplares irlandeses de Clonbrin (Condado de Longford), Annandale (Leitrim) o Churchfield (Condado de Mayo), que a veces los escudos fueron de cuero. Ahora bien, bastantes escudos de bronce se han recuperado de tumbas, y, en especial, de depósitos de Centroeuropa, Dinamarca, y las Islas Británicas, para demostrar que la manufactura de los mismos responde a un modelo parecido, probadamente eficaz, y, por tanto, universalmente aceptado. El escudo es una plancha circular, trabajada a martillo, con un umbo central, al que se ajusta el asa por el reverso. Mediante repujado se disponen, en torno al umbo, nervios concéntricos que alternan con círculos de esferas repujadas (o bullones). Este diseño tiene propósitos decorativos, pero también técnicos. El escudo con nervaduras e hileras de bullones es un arma reforzada y resistente. El prototipo hubo de ser centroeuropeo. Las Islas Británicas dan amplia muestra de su uso y de la maestría de sus artífices. Ejemplos destacados son los escudos de Athenry (Condado Galway) en Irlanda y de Rhyd-y-Gorse, en Gales. Los talleres de broncistas daneses no sólo adoptaron el modelo en su versión original, como demuestra el escudo de Taarup Mose, sino que introdujeron en él variaciones de cuño y sello nórdico. El escudo de Sorup, por ejemplo, muestra un reverso distinto, al incorporar un tema cruciforme dentro del tondo, sin desviarse del esquema establecido. Son singulares otros escudos daneses ornados de círculos de estrías y bullones. Y muy especial es el ejemplar sueco de Nackhälle, en el que las sartas de bullones dibujan motivos de aves en hilera.

Los combatientes mejor preparados entraban en la escena real o en la ceremonial con una buena coraza. Excepcional, y muy famosa, por su debatida cronología y por tratarse hipotéticamente de un precedente europeo de la armadura micénica, es la de Caka (Levice) en Eslovaquia. La pieza fue hallada en un nicho de una de las tumbas de pozo que cubría un gigantesco túmulo. Corazas como la de Caka debieron dar una pauta decisiva en la producción metalúrgica de esa clase de armas. La tradición la adoptan los broncistas occidentales y, a partir de ella, producen espléndidos ejemplares de corazas de bronce. Hasta nueve corazas se hallaron, entre 1974 y 1976, en el lugar de Petit Marais, en Marmesse (Haute Marne). Como en los escudos, las hileras de bullones actúan de refuerzo y de líneas ornamentales. En las corazas de Marmesse aquella decoración reafirma el ajuste de las piezas de metal al soporte anatómico del cuerpo humano. Ribetes de metal adornan, y también refuerzan, las orillas. Incluso el claveteado de los remaches se integra en el juego estético de la técnica metalúrgica.

Simples, pero imponentes, son los cascos de cimera crestada, bien representados en depósitos de Baviera, de las regiones francesas de Oise y Loire-et-Cher, y de otros yacimientos atlánticos. Uno de ellos, el recuperado de un depósito del río Sena, a su paso por París, puede ser indicio de los supuestos tecnológicos con los que se construyeron. Dos placas de bronce se encuentran y voltean a lo largo de la espina central. Clavos puntiagudos en los rebordes sujetarían el forro al cuero. Un biselado doble en la base del casco constituye la orla del arma. Los perfiles de estas piezas buscan la estética de la tecnología, y ésta, a su vez, no se resiste a producir armas llamativas a la vista, además de funcionales.

No se sabe cuál sería la función de una pareja de cascos hallados en la marisma de Brons, en Vikso, al norte de Zealand (Dinamarca); pero, a todas luces, hubieron de investir de respeto y de gloria a su poseedor. Pertenecen a la clase de cascos con cuernos encorvados en forma de lira. Su cimera estuvo engalanada con un penacho de plumas, u otra cresta ornamental, insertada en una ranura abierta en la espina del centro. Dicha ranura marca la línea de encuentro entre las dos planchas de bronce que forman el casco; pero de su base emerge un gancho corvo, semejante a un pico de ave de rapiña. Las planchas de metal están salpicadas de bullones, pero los de mayor tamaño se colocaron, a manera de ojos, por debajo de dos trazos arqueados en relieve, y entre el mencionado gancho. Los cascos están revestidos de poderes sobrehumanos. El virtuosismo técnico de su manufactura debió estar acorde con el alto rango de sus destinatarios, y de cumplir una función muy determinada.

Sólo podemos conjeturar que los cascos de Vikso sirvieron para una ceremonia de culto. Se ha postulado que el experto taller del que salieron estuvo situado fuera de Dinamarca, en Checoslovaquia o en Alemania central. Cuestión difícil de probar. Si así fuera, es probable que los cascos de Vikso no fueran hechos de encargo, sino que hubieran ido a parar a suelo nórdico como objetos de regalo investidos de un especial significado social y religioso.